La búsqueda de tejedoras se puso difícil. El contexto en el que viven los mapuche en este momento me hizo repensar por qué les interesaría a ellas participar en este estudio. Resulta que están cansados de participar en estudios y que no haya una vuelta hacia ellos, peor aún es que sienten que lo que se termina diciendo de ellos no refleja lo que son. Es un reclamo legítimo del que hay que hacerse cargo y aumenta el grado de dificultad y desafío para mi estudio.
En Lumaco conocí a la señora Teresa. Siendo muy joven dejó su comunidad para trabajar en el pueblo más cercano. Nunca regresó... la voz se le quiebra cuando recuerda que su madre le enseño a tejer y que durante mucho tiempo no lo pudo hacer porque debió trabajar en alguna lúgubre fábrica. Ahora teje y de a poco va recordando que lo aprendido en el taller de tejido ya lo sabía desde niña. Para ella su memoria son sus manos, ellas le dictan que tejer.
Luego conocí en Villarrica a Manuela, por primera vez pude ver en vivo y tocar un verdadero tejido mapuche. Cuando toqué sus tejidos sentí el peso de centenares de años entramados ahí mismito. A Manuela le enseñó su abuela, y ver un tejido realizado por las dos e imaginar cómo se entrecruzaban sus manos hace difícil disimular la emoción. Ahora su hijita comienza a entrelazar sus manos con las de ella.
Los días continuaron, pasaron los pueblos de Padre las Casas, Valdivia, Galvarino y varias personas que me ayudarán a conocer más tejedoras: Paula, Pamela, Ceci, Yanira. Todas ellas trabajando de cerquita a las mujeres y sus quehaceres identitarios.
¿Qué devolverles a estas mujeres? ¿Qué debe entregar este trabajo para que sea un sincero diálogo entre ellas y yo? Pues por el momento no tengo ni remota idea… Pero le agradezco a Manuela que me sembrara la duda, de resultar creo que lo hará más honesto… para con ellas y conmigo.