Al cruzar unas tierras que están
frente a su casa me contó que eran de su padre y hay conflictos con sus otros
hermanos por cómo se dividirán las tierras. En el camino cuenta cuáles
son los materiales que se utilizan para teñir. Que sólo ocupa elementos
naturales pero que a veces como “mordiente” ocupa algunos productos
industriales como el sulfato de hierro para lograr un buen verde. Algo que
mantiene en secreto porque los de la organización no pueden saberlo.
Llegamos a un lugar con varios “hualles” para quitarles la corteza. Estos están a la orilla de un camino y con el machete les quita la parte de abajo del tronco. Al principio me dijo que era por cuidar el árbol pero un momento después me dijo que también lo hacía por el lado oculto al camino para que su padre no lo notara y la
regañara. En el silencio del bosque de hualles, interrumpido por la hoja del
machete, me cuenta de sus penurias. A fuerza de machetazos ha tenido que salir
adelante. Después de conversar un buen rato y de juntar bastante corteza bajamos a otra parte del campo donde llega un pequeño canal de agua para sacar el barro que sirve de mordiente para el color gris. Según ella es el único lugar donde se consigue. El efecto de este barro se lo explicaron en la organización pero al preguntarle cómo llegó a ese lugar me dijo que se lo había dicho una señora de “por ahí” y no pude averiguar más. Además me aclaró que no se lo había contado a ninguna otra tejedora por miedo a que se acabara el barro del lugar.
Regresamos a la casa
y juntamos varios palos para hacer el fuego. Dos cacerolas de hierro antiguo
sirven para hervir el agua. La corteza de hualle en una para el color gris y en
la otra el barro con hojas de ají para el verde.La tarea del teñido se acompañó con chicha de manzana. El aspecto no me sedujo mucho, por lo que acepté un vaso y luego de mojarme los labios lo dejé a un lado.
Marta mezcló su chicha con harina tostada. Mientras tanto las lanas ya estaba en las cacerolas tomando color y mi función era darlas vuelta con un palo.
Marta mezcló su chicha con harina tostada. Mientras tanto las lanas ya estaba en las cacerolas tomando color y mi función era darlas vuelta con un palo.
Marta piensa que como vengo de la ciudad ni siquiera sé cómo remover con un palo por lo que me dirige a cada segundo. Entre tanto llega el marido, un tipo de pocas palabras y cara nublada como suele verse por aquí.
Las lanas se pusieron
a colgar en el alambrado junto a las gallinas. Quedan ahí colgando “al claro”
durante la noche. Marta no tiene idea de por qué se dejan al claro, según ella
se lo enseñaron así hace mucho tiempo y así lo viene haciendo para que salga
bien.
Hacia la tarde llegó
un viejito “de ahí cerca” para encargar un poncho. Él decía que lo que quería
para “tirar pinta” y conseguir polola. La forma en que se lo decía a Marta era
casi una súplica: “mire que quiero una polola… tengo casa… tengo tierra”. Me
contaron que había enviudado hacía unos años. Poco le importaba al viejo cómo
era el poncho, sólo que fuera bonito y que eso le traería una polola. Le
tomamos las medidas y el viejo se fue feliz. Se lo cobró bien caro, más que los
que he visto en la tienda, pero ella dice que él lo puede pagar.
Mate de por medio,
adentro de su casa, descubro que las prendas de la tienda no llevan los nombres
de las verdaderas autoras, hecho que se justifica con que se confunden las
etiquetas y las que atienden no conocen a las tejedoras y bla bla. Solo que se
le olvida que no son todas las prendas las que se confunden, solamente los
trariwes mienten en sus autorías.
Nos fuimos a dormir
temprano mientras yo escribo en el diario. Otra noche más en esta pieza. Confieso
que no tolero estos momentos, entre las frazadas las pulgas saltan como en los
dibujos animados de Hanna Barbera. El cansancio y la tarea de anotar todo en el
diario salva un poco las ganas de salir corriendo de ella y regresar a la
ciudad…