"Santa Maria" de la Brigada Ramona Parra

domingo, 29 de mayo de 2011

"Desentroncando" Tercer Viaje

Había leído que la Isla Huapi en el lago Futrono era uno de los lugares en donde vivían comunidades mapuche con menos intervención “huinka”. Esta isla queda en medio del Lago Ranco y viven alrededor de unas ciento veinte familias mapuche.
Huapi significa “isla”, gran creatividad del español que la nombró así para que hoy en realidad terminemos diciendo “Isla Isla”. Huapi no tiene electricidad, nunca la tuvo, todavía nadie les hace llegar un cable desde el pueblo de enfrente. Y no es que sea un lugar olvidado o lejano, ahicito nomás sobre la orilla del mismo lago Piñera y Bachelet tienen sus casas de campo. Desde las terrazas de esas casas la isla se ve gigante.

Para allá partí en enero. En el viaje de diciembre había conocido a Nancy, ella trabaja para el municipio de Futrono asesorando a pequeños agricultores de la zona. Nancy me presentó dos tejedoras de la isla y quedé en visitarlas durante este viaje. De ese momento me había quedado la idea de que éstas serían las tejedoras más tradicionales que tendría en mi tesis.

Acordé estar en la isla una semana y que me quedaría algunos de esos días en un camping con mi carpa... pues resultaron los siete días acampando. A Huapi se parte en una barcaza desde Futrono “casi” todas las mañanas. El viaje dura 40 min si es que el lago no se pica. Sobre la orilla Este del lago la cordillera acompaña imponente todo el trayecto. Al llegar me esperaba Enedina, una de las tejedoras que ha devenido en dueña del camping. Conocí a su hijo Rodrigo, amigo del Lonko del lugar y un gran tipo. La amabilidad se le escapa por los poros, unos mates la primera mañana y ya me había contado algunas cosas jodidas del lugar. Una de ellas es que la iglesia evangélica ha llegado hace tiempo a la isla y muchas familias se han convertido. Rodrigo con gran pesar me cuenta que para el Nguillatún (rito mapuche) de este año sólo participarán veintiocho familias de las ciento veinte que viven ahí. El resto no quiere participar en fiestas “diabólicas” según lo ordena el pastor evangélico.

Las dos tejedoras que tenía que visitar estaban trabajando para recibir al turista. Una de ellas atendiendo el camping y la otra un puesto de comida en la feria “costumbrista”. Era época de turismo fuerte y tenían que aprovechar. La idea de una isla poco intervenida se desvanecía frente a mis ojos. Casi todos los días caminé hasta el puerto para ver la llegada de la barcaza con turistas. Me iba unos minutos antes para ver cómo se preparaban para su llegada en la feria ubicada estratégicamente fuerte al puerto. Al llegar, comida “típica” como empanadas, sopaipillas, cazuelas de ave y vacuno se ofrecen al viajero como en cualquier otro lugar de Chile, ningún plato mapuche se ofrece en Huapi.

Al salir de allí las carretas tiradas por bueyes ofrecen un paseo por Huapi, hasta llegar a las piedras brujas. Se dice en el lugar que uno debe intentar pasar entre medio de ellas y si no lo logra es presagio de corta vida, algunos flacos han quedado atascados y varios gordos han pasado tranquilamente. Yo preferí llegar a pie y quedarme con la duda.
Varias veces intenté conversar con la tejedora que estaba en el puesto de comida y me fue imposible, había mucho que hacer para atender la cocina y el tejido se vendía poco.

En el camping pude conversar varias veces con Enedina, me mostró sus tejidos antiguos y los nuevos. En otros tiempos ella tejía grandes ponchos grises para sus hijos y marido, de esos que abrigan estando bajo cero y cubren de la lluvia sin empaparse. Ahora dejó el telar witral (tradicional) por un bastidor pequeño y “más moderno”. Los tonos grises teñidos con alguna corteza del lugar han cambiado por unos verdes y celestes industriales traídos de Futrono. Según Enedina estos tejidos nuevos son mapuche, aunque cambie el tipo de telar, los colores y las tramas sean totalmente diferentes a las tradicionales. En la foto quise encuadrar el contraste entre este nuevo tejido y el poncho antiguo.


Rodrigo me habló de una viejita en el otro extremo de Huapi que todavía tejía como se hacía antes. Me llevó a visitarla una mañana bien temprano y la encontramos brindando con un “guindado” junto a sus dos hijos.

Doña Ildita me habló de sus tareas con el telar desde niña, y que varias veces viene un bote desde las casas de veraneo a comprarle frazadas, dulces y licores caseros. Ildita se sentó frente a mí con su huso y mientras hilada me contaba algunas historias. Cada tanto alguno de los hijos, bien entonados a pesar de lo temprano del día, aparecía para ofrecerme un “brindis”. Suelo preguntarles a las tejedoras de quién aprendieron el oficio, me responden siempre que de su madre o abuela pero Ildita me dijo que “aprendió de su corazón”. Después de eso no supe qué otra pregunta “armada” sacar del bolsillo. Ilda me despidió con un abrazo y sus hijos con el vaso en alto.


La mayor parte de los días en Huapi los pasé sentado en una roca a orillas del lago, leyendo, escribiendo y en compañía de algunas lagartijas que aprovechaban el sol. Pensé acerca de lo que me esperaba en Santiago el resto del año, también en algún posible regreso a San Juan cuando todo esto terminara y entre tanto imaginar encontré lo siguiente en un libro que me prestó Enedina:
Desentroncando, así decía el antiguo, así es como se vive... del tronco a las ramas. Como mi abuelo es tronco así yo soy la rama. Así hasta el primer dueño” (Feliciano Ñancumil, del libro “Desentroncando el vivir”).

No hay comentarios:

Publicar un comentario