A lo de María no se puede ir en cualquier momento, hay que esperar el día de la micro a Pillumallín, y ese día es cada tanto. Como debía volver a Santiago le pedí a Raúl que me llevara. El se quedaría muerto de frío en el auto, leyendo una de detectives mientras yo veía cómo seguía el trariwe.
La charla de los suegros, la tv con noticias de Santiago y dos huevos fritos con pan amasado acompañaron la espera de María. Preguntaban si Piñera recibiría a los estudiantes y que si éstos dejarían las protestas. Saben mucho más del petitorio de los universitarios que de sus vecinos mapuche de Lautaro y Ercilla. Y eso que ahí la sufren también, pues no hace mucho que se fue “el gringo” del molino y ya no tienen donde trabajar el trigo. A la ciudad se van a comprar harina de fábrica entonces, porque además no les alcanza para los productos que utilizan en el cultivo. La cosa está mala, me cuentan, además la “pica pica” (un arbusto jodido) le está ganando terreno al sembrado y no hay qué darle.
Secándose las manos aparece María y me lleva al taller para ver el trariwe encargado. Va lento pero ya se ve un Lukutuel. Anda enojada, se quiere alejar de la fundación porque no quiere pagar más la cuota de pertenencia, además está vendiendo mejor desde afuera de ahí. Le pregunto si va a tejer de otro modo ahora, pero dice que no, que seguirá con los colores naturales. Aunque le gustaría tejer con unos colores rosados que le vio a una tía viejita, pero no sabe cómo llegar a esa tonalidad. “¿Cómo habrán hecho las viejitas de hace tiempo para hacerlos?” “¿Con tinturas nomás?” Le digo que se anime a “experimentar” mezclando tinturas pero me dice que a ella le gusta aprender mirando nada más, tal como aprendió de su tía. Tampoco sabe cómo hacer el urdido inicial para lograr otros símbolos que hacía su tía, pero se enorgullece de ser la única de la zona que teje esta faja (según ella, pero hay muchas más, y esto lo sabe muy bien).
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Decido irme después de un rato de ver cómo teje y de escuchar las historias que su suegra cuenta al interrumpir la entrevista. En esa interrupción me entero que las dos hablan muy bien mapudungun, aunque eso parece darle un poco de vergüenza a María, y que todos los domingos van a misa a escuchar al pastor nuevo.
Al salir me encuentro al suegro de María conversando con Raúl. “Te presento a un amigo” me dice Raúl riéndose con el viejo, y es que cambió las historias de detectives por las del viejo campesino. Seguimos un buen rato hablando y le propongo hacer un retrato. Pensando que no aceptaría le escucho decirme “déjeme bien guapo” y posa para la foto con tremendísimo orgullo.

De regreso paramos para ver la “pica pica” de la que hablaban los viejos y que nos tenía intrigados. Nos quedamos otro rato viendo y sospechando, que en esos campos privados, la “pica pica” se usa como cerca en la orillas y está perfectamente controlada para que funcione como tal. Controlada por los que tienen suficiente dinero para que ellos no les maté los cultivos campo adentro.
(he aquí mi copiloto y hermano de la vida)
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