"Santa Maria" de la Brigada Ramona Parra

lunes, 24 de junio de 2013

El Trariwe está empezado

A lo de María no se puede ir en cualquier momento, hay que esperar el día de la micro a Pillumallín, y ese día es cada tanto. Como debía volver a Santiago le pedí a Raúl que me llevara. El se quedaría muerto de frío en el auto, leyendo una de detectives mientras yo veía cómo seguía el trariwe. La charla de los suegros, la tv con noticias de Santiago y dos huevos fritos con pan amasado acompañaron la espera de María. Preguntaban si Piñera recibiría a los estudiantes y que si éstos dejarían las protestas. Saben mucho más del petitorio de los universitarios que de sus vecinos mapuche de Lautaro y Ercilla. Y eso que ahí la sufren también, pues no hace mucho que se fue “el gringo” del molino y ya no tienen donde trabajar el trigo. A la ciudad se van a comprar harina de fábrica entonces, porque además no les alcanza para los productos que utilizan en el cultivo. La cosa está mala, me cuentan, además la “pica pica” (un arbusto jodido) le está ganando terreno al sembrado y no hay qué darle. Secándose las manos aparece María y me lleva al taller para ver el trariwe encargado. Va lento pero ya se ve un Lukutuel. Anda enojada, se quiere alejar de la fundación porque no quiere pagar más la cuota de pertenencia, además está vendiendo mejor desde afuera de ahí. Le pregunto si va a tejer de otro modo ahora, pero dice que no, que seguirá con los colores naturales. Aunque le gustaría tejer con unos colores rosados que le vio a una tía viejita, pero no sabe cómo llegar a esa tonalidad. “¿Cómo habrán hecho las viejitas de hace tiempo para hacerlos?” “¿Con tinturas nomás?” Le digo que se anime a “experimentar” mezclando tinturas pero me dice que a ella le gusta aprender mirando nada más, tal como aprendió de su tía. Tampoco sabe cómo hacer el urdido inicial para lograr otros símbolos que hacía su tía, pero se enorgullece de ser la única de la zona que teje esta faja (según ella, pero hay muchas más, y esto lo sabe muy bien).


(haga click sobre cada foto para ver en mayor detalle)


Decido irme después de un rato de ver cómo teje y de escuchar las historias que su suegra cuenta al interrumpir la entrevista. En esa interrupción me entero que las dos hablan muy bien mapudungun, aunque eso parece darle un poco de vergüenza a María, y que todos los domingos van a misa a escuchar al pastor nuevo. Al salir me encuentro al suegro de María conversando con Raúl. “Te presento a un amigo” me dice Raúl riéndose con el viejo, y es que cambió las historias de detectives por las del viejo campesino. Seguimos un buen rato hablando y le propongo hacer un retrato. Pensando que no aceptaría le escucho decirme “déjeme bien guapo” y posa para la foto con tremendísimo orgullo.




De regreso paramos para ver la “pica pica” de la que hablaban los viejos y que nos tenía intrigados. Nos quedamos otro rato viendo y sospechando, que en esos campos privados, la “pica pica” se usa como cerca en la orillas y está perfectamente controlada para que funcione como tal. Controlada por los que tienen suficiente dinero para que ellos no les maté los cultivos campo adentro.




(he aquí mi copiloto y hermano de la vida)

lunes, 23 de julio de 2012

Ahora sí el teñido (Mayo, Pillumallin)

En el mes de Mayo del 2011 visité la casa de Marta, cerca de Nueva Imperial para ver cómo se teñía, según ella a la vieja “usanza”. Al llegar se me burló porque llegué de jean claro y se rió diciendo que iba a terminar todo coloreado. Día entrenublado, machete en mano y listos para salir campo adentro. 


Al cruzar unas tierras que están frente a su casa me contó que eran de su padre y hay conflictos con sus otros hermanos por cómo se dividirán las tierras. En el camino cuenta cuáles son los materiales que se utilizan para teñir. Que sólo ocupa elementos naturales pero que a veces como “mordiente” ocupa algunos productos industriales como el sulfato de hierro para lograr un buen verde. Algo que mantiene en secreto porque los de la organización no pueden saberlo. Llegamos a un lugar con varios “hualles” para quitarles la corteza. Estos están a la orilla de un camino y con el machete les quita la parte de abajo del tronco. Al principio me dijo que era por cuidar el árbol pero un momento después me dijo que también lo hacía por el lado oculto al camino para que su padre no lo notara y la regañara. En el silencio del bosque de hualles, interrumpido por la hoja del machete, me cuenta de sus penurias. A fuerza de machetazos ha tenido que salir adelante. Después de conversar un buen rato y de juntar bastante corteza bajamos a otra parte del campo donde llega un pequeño canal de agua para sacar el barro que sirve de mordiente para el color gris. Según ella es el único lugar donde se consigue. El efecto de este barro se lo explicaron en la organización pero al preguntarle cómo llegó a ese lugar me dijo que se lo había dicho una señora de “por ahí” y no pude averiguar más. Además me aclaró que no se lo había contado a ninguna otra tejedora por miedo a que se acabara el barro del lugar.


Regresamos a la casa y juntamos varios palos para hacer el fuego. Dos cacerolas de hierro antiguo sirven para hervir el agua. La corteza de hualle en una para el color gris y en la otra el barro con hojas de ají para el verde.La tarea del teñido se acompañó con chicha de manzana. El aspecto no me sedujo mucho, por lo que acepté un vaso y luego de mojarme los labios lo dejé a un lado.



Marta mezcló su chicha con harina tostada. Mientras tanto las lanas ya estaba en las cacerolas tomando color y mi función era darlas vuelta con un palo.



Marta piensa que como vengo de la ciudad ni siquiera sé cómo remover con un palo por lo que me dirige a cada segundo. Entre tanto llega el marido, un tipo de pocas palabras y cara nublada como suele verse por aquí.
Las lanas se pusieron a colgar en el alambrado junto a las gallinas. Quedan ahí colgando “al claro” durante la noche. Marta no tiene idea de por qué se dejan al claro, según ella se lo enseñaron así hace mucho tiempo y así lo viene haciendo para que salga bien.


Hacia la tarde llegó un viejito “de ahí cerca” para encargar un poncho. Él decía que lo que quería para “tirar pinta” y conseguir polola. La forma en que se lo decía a Marta era casi una súplica: “mire que quiero una polola… tengo casa… tengo tierra”. Me contaron que había enviudado hacía unos años. Poco le importaba al viejo cómo era el poncho, sólo que fuera bonito y que eso le traería una polola. Le tomamos las medidas y el viejo se fue feliz. Se lo cobró bien caro, más que los que he visto en la tienda, pero ella dice que él lo puede pagar.


Mate de por medio, adentro de su casa, descubro que las prendas de la tienda no llevan los nombres de las verdaderas autoras, hecho que se justifica con que se confunden las etiquetas y las que atienden no conocen a las tejedoras y bla bla. Solo que se le olvida que no son todas las prendas las que se confunden, solamente los trariwes mienten en sus autorías.

Nos fuimos a dormir temprano mientras yo escribo en el diario. Otra noche más en esta pieza. Confieso que no tolero estos momentos, entre las frazadas las pulgas saltan como en los dibujos animados de Hanna Barbera. El cansancio y la tarea de anotar todo en el diario salva un poco las ganas de salir corriendo de ella y regresar a la ciudad…

martes, 22 de noviembre de 2011

Un Trariwe

La técnica más fascinante del tejido mapuche es la que ellos llaman “Ñimin”. La palabra ñimin tiene muchos significados pero el que más me gusta es el que Violeta Lemunguier me confió en su taller de Santiago cierta tarde de este invierno. Para ella, el ñimin es “traer desde la oscuridad al frente, a la luz”. Mejor metáfora que esa para la búsqueda de memorias no he podido encontrar en este andar de construirlas a través de urdiembres. Pues en la memoria del pueblo mapuche hay mucho en la oscuridad y estas mujeres, en arcanas tejedurías, han traído a la luz el saber de un pueblo que no ha podido ser silenciado ni confinado a esa oscuridad.



El Trariwe es la faja mapuche que suelen o solían usar los mapuche en su cintura. Está cargada de símbolos que de alguna manera se dan maña para contar la historia de su pueblo. Lo usan las machi, también las mujeres y algunos hombres ya que por la firmeza de su tejido les permite afirmar su cintura para las labores de fuerza que realizan.

Mucho me costó encontrar una tejedora que siga haciendo este tipo de tejido hasta que encontré a Mercedes (ver entrada anterior). Le pedí a Mercedes que me tejiera un trariwe del modo que ella quisiera y que me permitiera visitarla mientras lo hacía.

Partí hacia el “Puente Negro” una helada madrugada de abril. Al llegar a Nueva Imperial todavía estaba oscuro y debía esperar la micro que sólo pasa los lunes y viernes en aquella dirección. Mientras esperaba en una terminal de Nueva Imperial pude ver como los campesinos de los alrededores llegaban en varias micros sacando de las bodegas sus ovejas y cerdos atados por las patas, todavía en horario donde el sol no aparecía a derretir la escarcha.

La micro al Puente Negro demora unos 40 minutos y desde ese puente a la casa de Mercedes son unos 40 minutos más a pie entre medio de llanuras. Tal vez uno podría demorar menos, pero caminar viendo la salida del sol y la neblina que se levanta para apenas tapar algunas de las casitas de madera que se asoman entre los montes entretienen y demoran el paso.


Mercedes me esperaba con un desayuno de té de poleo (y con ello el recuerdo de mi plantita de poleo de allá en Rodeo) y además con un pan recién horneado. Mientras tomaba de la taza Mercedes armaba una madeja de lana blanca en su pequeña cocina de lata y con un aparato que le diseñó su suegro.



Luego fuimos afuera para armar la urdiembre del trariwe, unas cuantas varas y varios metros de lana se fueron entrelazando mientras gallinas y un perezoso cachorro aprovechaban el calor del sol. Con una calma y facilidad envidiable Mercedes levanta la urdiembre y me lleva a su taller para montar el witral. Lo demás es puro tire y afloje de cuerdas para que el telar aguante los embates de cada golpe para apretar bien la trama.



Me cuenta que los colores que ha usado son naturales pero no eran los que usaban las “antiguas” para tejer un trariwe. Aquellos de antaño ya no se consiguen naturalmente y la fundación para la que trabaja no le deja usar productos artificiales, aunque su abuela hace unos cincuenta años si utilizaba anilinas y teñidos industriales con tal de seguir con la tradición. La mañana termina cuando el hambre le avisa a Mercedes que debe preparar el almuerzo, y además, saco cuentas de que me espera cuarenta minutos de caminata hasta el Puente Negro para tomar el micro de regreso.



Intuyo que hay miles de secretos tras las historias de estos nuevos tejidos. Camino de regreso pensando que en este proyecto deberé aprender algún ñimin especial que me permita traer al frente lo no dicho y que lo que no se puede decir de un entramado de historias que me confunden y desafían casi hasta el cansancio. Por suerte el olor a campo y los pastos mojados aún al medio día calman la ansiedad y las ganas de regresar…

domingo, 12 de junio de 2011

La Imperial


Luego de algunos desvíos en el camino llego a Temuco en marzo, nuevamente a mi “centro de operaciones” en la casa de mi hermanazo Raúl. Para este viaje tenía dos objetivos: conocer más de Mónica, la tejedora de Pillumallin y seguir los rastros de la autora de un trariwe que había visto en una exposición en Valdivia.

A Mónica la había conocido en el viaje de diciembre gracias a la asociación Rayen Folle. Esta asociación reúne a varias tejedoras de Nueva Imperial, ciudad que está a unos cuarenta minutos de Temuco hacia la costa. Se supone que el nombre de la antigua “Imperial” corresponde a que los españoles al llegar a la zona vieron que en las entradas de las rukas o casas mapuche había dibujos de águilas con dos cabezas al igual que en los escudos del Imperio Romano. La antigua Imperial fundada por los español quedó en ruinas hacia el 1600 y luego, refundada como Nueva Imperial alrededor de 1880.


(hacer click en cada imagen para ver en tamaño grande)

Mónica vive en Pillumallin, a treinta minutos de Nueva Imperial hacia el sur. Digo treinta pero puede ser una hora también dependiendo del ánimo del único chofer de micro que parte a las 4 de la tarde desde Imperial y regresa al otro día bien temprano en la mañana. El camino es de tierra empantanada y la micro cruza algunos puentes de madera que deben haberse construido para que crucen los bueyes tirando carretas. Mónica me invitó a quedarme en su casa y como los miércoles no hay micro, me debía quedar allí de martes a jueves. Mónica reparte su tiempo entre los tejidos y las tareas del campo. Tenían en ese momento una buena cantidad de vacas con sus crías recién nacidas y en las tardes salíamos para guiarlas hacia sus corrales.


Al lado de la casa está el taller con varios de los witrales (telares) armados y rodeados de cantidad de lana en todas sus formas. De música ambiente Mónica tiene puesto todo el día el mismo cassette de Illpau y que, al habérselo encontrado en la basura, sólo sirve el lado A y el comienzo del B. Mi fanatismo por Illapu me permite salir al paso de tantos “bises”, y con gusto.

Mónica fue integrante de la Fundación Chol Chol y luego se alejó
para formar parte y ayudar a las tejedoras de la Rayen Folle. Ella no se reconoce como mapuche, es hija de criollos, aunque pasó mucho tiempo de su infancia con una viejita mapuche que le enseñó el telar. No sabe cómo explicar que, sin ser mapuche, sienta algún “llamado” desde los tejidos, como si algo de ella tuviera relación con el witral. Conoce bastante sobre mitos e historias mapuche y del tejido mucho más. Durante mucho tiempo tejió con varios símbolos que hoy no quiere repetir porque no concuerdan con la religión que hoy profesa. Sin embargo ella alienta a las demás tejedoras de la zona a que conozcan el verdadero significado de los símbolos que están tejiendo. Les enseña que algunos símbolos deben ser respetados y no usarse, por ejemplo, para piezas que luego irían en el suelo y se pisarían. La primera tarde y con mate de por medio, le comenté mi idea de conocer las historias de tejedoras mapuche y hablé de la posibilidad de recibir su ayuda para hacer mi trabajo sobre memoria y tejido a telar. Me habló de varias tejedoras antiguas de la zona, pero que según ella eran jodidas y seguramente no querrían hablar conmigo. Una de ellas teje la faja que yo andaba buscando desde hacía meses y vive en una zona cercana. Según Mónica junto con ella habían encontrado una faja antigua y la habían desarmado para estudiar cómo estaba hecha. Quise insistir un poco para conocerla pero no tuve mucha suerte. Me trajo una muestra de faja que había tejido hacía un tiempo, justamente es el tipo de tejido que lleva los símbolos que ya no quiere tejer.

Al otro día comenzamos el trabajo, Mónica quiere mostrarme el proceso del tejido desde cero. Comenzamos con el lavado de la lana tal cual queda después de esquilar las ovejas. Antiguamente o en épocas de verano la lana se debería lavar en un estero cercano a la zona. Para esta vez me tuve que conformar con el lavado en una carretilla y con un poco de jabón comprado en la ciudad. Para ablandar la mugre y que se salgan algunas garrapatas que hayan tenido las ovejas se mete la lana en un gran tacho con agua calentada al fuego fuerte y luego a apalearla otro buen rato. Cuando íbamos a pasar a teñir la lana llego una compradora de Santiago a llevar mercadería, pude presenciar toda la negociación. Todavía no puedo creer que Mónica le dejara todo fiado y a la espera de que esta mujer le hiciera un depósito al llegar a Santiago. Con la desconfianza de un citadino nunca pensé que la vendedora lo hiciera, luego supe que se depositó hasta el último peso.


Volví unos días a la casa de Raúl y Cecilia para descansar y organizar los días siguientes. Como era fin de semana tocaba salir de paseo con ellos, esta vez el destino era el lago “Caburga”. En el camino paramos en Villarica frente al volcán Villarrica. Llegamos al lago cuando empezaba a atardecer y sin pensarlo habíamos elegido la noche de la luna más grande de los últimos años. Mis novatos conocimientos de fotografía no me dejaron hacer algo mejor con ella.


En esos días en la casa de Raúl me propuse encontrar a la tejedora del Trariwe, Mercedes. Había copiado su nombre de la etiqueta de la exposición en Valdivia pero no sabía nada más. Después de meses hallé una tabla Excel en la web con su nombre y un fono, así de fácil. Le llamé, acordamos una visita y me sorprendió lo amable que fue. La gran casualidad era que vivía en una zona cercana a Mónica, por lo que debía volver a Imperial para llegar a su casa en Almagro. Resultó que Mercedes era la tejedora jodida de quien Mónica me había hablado. Pues nada que ver… Mercedes fue muy solidaria conmigo.

Cecilia fue mi acompañante y piloto a la casa de Mercedes, en ese camino comprendimos el significado que le dan en el campo al término “a la vueltecita nomas”. El dato que tenía era que debía llegar al “Puente Negro” y en nueva Imperial nos decía que estaba “a la vueltecita por ese camino”, esa vueltecita significaba como 30 km hacia el sur por camino de piedra.


Mercedes vive en una comunidad bien aislada. Al arribar y ver su taller sentí que había llegado a lo que quería. Una muestra de Trariwe perfecto colgaba de la pared. Le pregunté por ese tejido y me contó que le había enseñado su abuela y que, además, aprendió de una faja antigua que encontró en su casa: tal como me había contado Mónica. Quedamos de acuerdo en que volvería en mayo para ver cómo se tejía un trariwe. Mientras tanto me contó que también ella había dejado la fundación Chol Chol y que pensaba dejar las otras asociaciones por algunas molestias. Es que prefiere tratar directamente con los clientes pero no es fácil que lleguen hasta su casa. Nos despedimos con el compromiso de trabajar juntos en mayo.


Caminé mucho por Imperial en esos días… de las águilas bicéfalas ni la sombra. A falta de esos íconos arcanos, los templos evangélicos se levantan en cada cuadra y cualquier garaje hace de iglesia. Mientras escribo esto encontré de Galeano un escrito sobre esta misma Imperial “Y cuando hay guerra, que siempre la hay, la Virgen echa niebla para cegar a los indios y el apostol Santiago suma su lanza y su caballo blanco a las huestes de la conquista” (La Imperial, Memorias del Fuego I - Los Nacimientos). Nuevos santos, nuevas lanzas y la conquista se perpetúa...

domingo, 29 de mayo de 2011

"Desentroncando" Tercer Viaje

Había leído que la Isla Huapi en el lago Futrono era uno de los lugares en donde vivían comunidades mapuche con menos intervención “huinka”. Esta isla queda en medio del Lago Ranco y viven alrededor de unas ciento veinte familias mapuche.
Huapi significa “isla”, gran creatividad del español que la nombró así para que hoy en realidad terminemos diciendo “Isla Isla”. Huapi no tiene electricidad, nunca la tuvo, todavía nadie les hace llegar un cable desde el pueblo de enfrente. Y no es que sea un lugar olvidado o lejano, ahicito nomás sobre la orilla del mismo lago Piñera y Bachelet tienen sus casas de campo. Desde las terrazas de esas casas la isla se ve gigante.

Para allá partí en enero. En el viaje de diciembre había conocido a Nancy, ella trabaja para el municipio de Futrono asesorando a pequeños agricultores de la zona. Nancy me presentó dos tejedoras de la isla y quedé en visitarlas durante este viaje. De ese momento me había quedado la idea de que éstas serían las tejedoras más tradicionales que tendría en mi tesis.

Acordé estar en la isla una semana y que me quedaría algunos de esos días en un camping con mi carpa... pues resultaron los siete días acampando. A Huapi se parte en una barcaza desde Futrono “casi” todas las mañanas. El viaje dura 40 min si es que el lago no se pica. Sobre la orilla Este del lago la cordillera acompaña imponente todo el trayecto. Al llegar me esperaba Enedina, una de las tejedoras que ha devenido en dueña del camping. Conocí a su hijo Rodrigo, amigo del Lonko del lugar y un gran tipo. La amabilidad se le escapa por los poros, unos mates la primera mañana y ya me había contado algunas cosas jodidas del lugar. Una de ellas es que la iglesia evangélica ha llegado hace tiempo a la isla y muchas familias se han convertido. Rodrigo con gran pesar me cuenta que para el Nguillatún (rito mapuche) de este año sólo participarán veintiocho familias de las ciento veinte que viven ahí. El resto no quiere participar en fiestas “diabólicas” según lo ordena el pastor evangélico.

Las dos tejedoras que tenía que visitar estaban trabajando para recibir al turista. Una de ellas atendiendo el camping y la otra un puesto de comida en la feria “costumbrista”. Era época de turismo fuerte y tenían que aprovechar. La idea de una isla poco intervenida se desvanecía frente a mis ojos. Casi todos los días caminé hasta el puerto para ver la llegada de la barcaza con turistas. Me iba unos minutos antes para ver cómo se preparaban para su llegada en la feria ubicada estratégicamente fuerte al puerto. Al llegar, comida “típica” como empanadas, sopaipillas, cazuelas de ave y vacuno se ofrecen al viajero como en cualquier otro lugar de Chile, ningún plato mapuche se ofrece en Huapi.

Al salir de allí las carretas tiradas por bueyes ofrecen un paseo por Huapi, hasta llegar a las piedras brujas. Se dice en el lugar que uno debe intentar pasar entre medio de ellas y si no lo logra es presagio de corta vida, algunos flacos han quedado atascados y varios gordos han pasado tranquilamente. Yo preferí llegar a pie y quedarme con la duda.
Varias veces intenté conversar con la tejedora que estaba en el puesto de comida y me fue imposible, había mucho que hacer para atender la cocina y el tejido se vendía poco.

En el camping pude conversar varias veces con Enedina, me mostró sus tejidos antiguos y los nuevos. En otros tiempos ella tejía grandes ponchos grises para sus hijos y marido, de esos que abrigan estando bajo cero y cubren de la lluvia sin empaparse. Ahora dejó el telar witral (tradicional) por un bastidor pequeño y “más moderno”. Los tonos grises teñidos con alguna corteza del lugar han cambiado por unos verdes y celestes industriales traídos de Futrono. Según Enedina estos tejidos nuevos son mapuche, aunque cambie el tipo de telar, los colores y las tramas sean totalmente diferentes a las tradicionales. En la foto quise encuadrar el contraste entre este nuevo tejido y el poncho antiguo.


Rodrigo me habló de una viejita en el otro extremo de Huapi que todavía tejía como se hacía antes. Me llevó a visitarla una mañana bien temprano y la encontramos brindando con un “guindado” junto a sus dos hijos.

Doña Ildita me habló de sus tareas con el telar desde niña, y que varias veces viene un bote desde las casas de veraneo a comprarle frazadas, dulces y licores caseros. Ildita se sentó frente a mí con su huso y mientras hilada me contaba algunas historias. Cada tanto alguno de los hijos, bien entonados a pesar de lo temprano del día, aparecía para ofrecerme un “brindis”. Suelo preguntarles a las tejedoras de quién aprendieron el oficio, me responden siempre que de su madre o abuela pero Ildita me dijo que “aprendió de su corazón”. Después de eso no supe qué otra pregunta “armada” sacar del bolsillo. Ilda me despidió con un abrazo y sus hijos con el vaso en alto.


La mayor parte de los días en Huapi los pasé sentado en una roca a orillas del lago, leyendo, escribiendo y en compañía de algunas lagartijas que aprovechaban el sol. Pensé acerca de lo que me esperaba en Santiago el resto del año, también en algún posible regreso a San Juan cuando todo esto terminara y entre tanto imaginar encontré lo siguiente en un libro que me prestó Enedina:
Desentroncando, así decía el antiguo, así es como se vive... del tronco a las ramas. Como mi abuelo es tronco así yo soy la rama. Así hasta el primer dueño” (Feliciano Ñancumil, del libro “Desentroncando el vivir”).

martes, 3 de mayo de 2011

Segundo viaje (retomando los hilos)

Abandonado el blog durante meses, en cada regreso pensé ponerlo al día, pero entre informes y presentaciones formales de cada viaje me perdí. Veremos si con este intento no pierdo el envión.
El segundo viaje fue durante unos veinte días entre fines de noviembre y diciembre. Comencé por Valdivia y entre algunas vueltas terminé en Temuco. Entre medio pasaron Niebla, Mehuin, Futrono, Montuelá y Cochahue.

En Niebla me recibieron Nadia y Vaco, veterinarios santiaguinos que se cansaron de la ciudad y se fueron a vivir a este pueblo a orillas del mar para trabajar en una escuelita rural y promover proyectos ecológicos. Mateada de por medio me contaron el por qué de su salida de Santiago y algunos sueños que los llevarían más lejos aún. Nadia junto con Diana (una ecuatoriana recolectora de historias mapuche aunque su cartón diga que es bióloga) me llevaron a Mehuín. Este pueblito costero de pescadores lleva tiempo luchando para que la papelera CELCO no derrame sus porquerías en su fuente de trabajo. Pocos quedan en lucha sobre la costa pero cerro arriba, de dónde nace una afluente del río una comunidad mapuche resiste con el apoyo de Nadia, Diana y un grupo de abogados de Valdivia.

Además de la papelera otra cosilla anda por ahí arrasando con el mundo mapuche. Ya en Lumaco me había llamado la atención que cada cuadra y media se levantara alguna iglesia evangélica, hasta el garaje de una casa funciona como ¿templo? No fue hasta que, en medio de un cerro en Mehuin, encontré una ruka (casa mapuche) convertida en iglesia de los últimos días y de los santos vaya uno a saber de qué cuando me percaté que la cosa va seria. Les dejo la imagen, me reservo mi impresión de cuando la vi.


En la mañana había conocido a Digna, una viejita tejedora que vive de lo que producen con su marido y un hijo mayor en su tierra. Teje sólo a telar mapuche, aprendió de madre tanto el tejido como el tratamiento de la lana. Trabaja con su propia lana y tiñe con pigmentos naturales. Teje para su familia y para turistas que visitan Mehuin durante el verano.
También lo suele hacer para una asociación que cada tanto pasan a retirar algún tejido que les “guste”. Me dice que teje sólo por gusto porque no se “halla” sin sus tejidos ni su telar.

De Niebla pasé a Valdivia, en realidad están a 15 min de camino. Allí conocí a otra tejedora quien según ella es una de las personas que ha rescatado muchas costumbres mapuche en Valdivia. Está a cargo de una organización mapuche que intenta rescatar distintas prácticas ancestrales además del tejido (comidas, agricultura, cosmología). Teje de manera tradicional pero adapta sus tejidos con miras al comercio. Dice conocer todo acerca del tejido tradicional pero lo amolda a los requerimientos del mercado. Sentadita frente a su telar me explica que el rombo que suele tejerse significa una familia caminando. Según ella ese caminar es el exilio frente a la usurpación y es tema recurrente en lo que teje. Se reconoce como mapuche, pero sólo desde los 20 años cuando se pegó la “cachada de que era mapuche”. Sus padres no lo se habían dicho y “algo” recibía de sus abuelos porque según ella “cuando niño uno no cacha, la vida es como te la dicen nomas”. Considera que el tejido fue lo único que recibió como enseñanza mapuche.


Unos días en Futrono gracias a Nancy y Jano para conocer varias tejedoras de esta zona más cordillerana. Dos mujeres de la Isla Huapi a quienes visitaría en enero y una excelente tejedora de la zona de Montuelá. Esta última aprendió de niña, se alejó de lo mapuche y del tejido, y ahora ha retomado con fuerza. Se le deja notar cierto pesar porque cree que el tejido tradicional mapuche se perderá, culpa por ello el hecho de que lo tradicional “no vende”. Ella cumple con los pedidos que le hace una vendedora de Santiago, quien le entrega las directivas de lo que quiere: diseños, colores, tipos de prenda. Para ello tiene que recurrir al uso de tinturas industriales y lana comprada o acrílica. Sus tejidos son hermosos… los suyos… no los de la vendedora.

Finalizando el viaje y una última
escala en Temuco, cercano a Navidad y con ganas ya de llegar a casa para estar con la familia. En Temuco tengo mi “centro de operaciones”, la casa de mi hermanazo Raúl. Aquí siempre aprovecho de recargar energías y una que otra cerveza sureña, de las que parecen jarabes y hacen crecer la “guata”.
Cercano a Temuco se encuentra Nueva Imperial aquí conocí una increíble tejedora, Aprendió de su abuela “postiza” que era mapuche. Ella no se reconoce como mapuche pero siente que hay algo en lo mapuche que la “llama”, sobre todo por medio del telar mapuche. Hasta el momento es la única tejedora de “Ñimin” (técnica ancestral increíblemente difícil) que había conocido.

Luego vendrán los viajes a Isla Huapi y más adelante el trabajo fuerte en Temuco y alrededores. Por ahora espero dedicarme las horitas para elegir fotos y palabras que se me perdieron en estos meses que no escribí y que por estos días (entre micros y buses) comienzan a dejarse ver….


jueves, 21 de octubre de 2010

Arauco tiene una pena

Arauco tiene una pena… escribió y cantó Violeta Parra. Me he demorado más de un mes en escribir sobre el primer viaje. Resulta que no sabía desde dónde escribir. El papel de viajero aventurero me avergonzó cuando llegué a Temuco y vi lo que sucedía. Mientras la tv levantaba la carpa del circo allá por San José, hacia el sur en la IX región se silenciaba el reclamo de los más de 50 comuneros mapuche procesados con una ley de Pinochet que los acusa de terroristas.




La búsqueda de tejedoras se puso difícil. El contexto en el que viven los mapuche en este momento me hizo repensar por qué les interesaría a ellas participar en este estudio. Resulta que están cansados de participar en estudios y que no haya una vuelta hacia ellos, peor aún es que sienten que lo que se termina diciendo de ellos no refleja lo que son. Es un reclamo legítimo del que hay que hacerse cargo y aumenta el grado de dificultad y desafío para mi estudio.
En Lumaco conocí a la señora Teresa. Siendo muy joven dejó su comunidad para trabajar en el pueblo más cercano. Nunca regresó... la voz se le quiebra cuando recuerda que su madre le enseño a tejer y que durante mucho tiempo no lo pudo hacer porque debió trabajar en alguna lúgubre fábrica. Ahora teje y de a poco va recordando que lo aprendido en el taller de tejido ya lo sabía desde niña. Para ella su memoria son sus manos, ellas le dictan que tejer.

Luego conocí en Villarrica a Manuela, por primera vez pude ver en vivo y tocar un verdadero tejido mapuche. Cuando toqué sus tejidos sentí el peso de centenares de años entramados ahí mismito. A Manuela le enseñó su abuela, y ver un tejido realizado por las dos e imaginar cómo se entrecruzaban sus manos hace difícil disimular la emoción. Ahora su hijita comienza a entrelazar sus manos con las de ella.
Los días continuaron, pasaron los pueblos de Padre las Casas, Valdivia, Galvarino y varias personas que me ayudarán a conocer más tejedoras: Paula, Pamela, Ceci, Yanira. Todas ellas trabajando de cerquita a las mujeres y sus quehaceres identitarios.

¿Qué devolverles a estas mujeres? ¿Qué debe entregar este trabajo para que sea un sincero diálogo entre ellas y yo? Pues por el momento no tengo ni remota idea… Pero le agradezco a Manuela que me sembrara la duda, de resultar creo que lo hará más honesto… para con ellas y conmigo.